Siendo el segundo día que publico en este blog, y habiendo
hecho ya una introducción del mismo, voy a pasar a ponerlos al día con mi
situación actual.
Soy de engancharme demasiado en internet con redes sociales,
juegos, videos, etc. O solo con la computadora, mientras hago una traducción, o
me pongo a escribir historias, o lo que en ese momento me haya llegado. Tengo
que aprovechar el más mínimo momento de inspiración, porque, al tener un nivel
de memoria y atención bastante irregular, si lo dejo para después seguramente
no lo haría nunca y acabaría lamentándome. Esto me lleva a estar hasta tarde
delante del monitor y a terminar acostándome tarde. Hay veces que pareciera que
ya es una costumbre, algo que ya está incorporado a mi organismo, lo cual en
ocasiones, como es de esperar, puede generar problemas. Y eso pasó ayer en la
mañana.
Me hallaba durmiendo
profundamente, podría decir que hasta soñando, aunque no recuerdo con qué.
¿Vieron esa sensación avasallante de relajación, o más bien de
pereza, que le agarra a uno al estar calentito y refugiado del frio entre
sabanas y cobijas? Es como si la cama te abrazara fuerte y te dijera “quédate un
ratito más”. Sabiendo que al salir de ese lugar de confort voy a tener frio, ya
que estamos en invierno, menos ganas dan de hacerlo. Seguramente era porque me
había desvelado viendo capítulos de una serie de comedia romántica, que me
pasaron en DVD, con una amiga. Pero me había olvidado de algo: a las once menos
cuarto ya debía estar lista para que mi mamá me llevara a mi cita con el
masajista, puesto que, tras un accidente más que absurdo que tuve al tratar de cruzar
una avenida hace un mes y medio, debía hacerme tratar mi pie derecho para que
le activen y acomoden los nervios. Ni había programado el despertador para
poder tener tiempo de desperezarme y alistarme. Así que ya se podrán imaginar
con que ánimos me despertó mi madre al ver que yo seguía acostada. La verdad
que no fue nada agradable.
En la mañana de hoy, ¿qué creen? Sí,
otra vez estaba bien dormida por haberme acostado a eso de las 3 am. ¡Pero
ahora sí había puesto el despertador! Tenía planeado levantarme a las nueve
para desayunar, cambiarme y arreglarme para ir la sesión de masajes. Sin embargo,
la madre que me pario tenía otros planes, y empezó a hacer ruido desde antes de
las ocho. Puso la radio fuerte y cantaba las canciones que pasaban, que no es
que me desagradaran, pero en ese momento, cualquier música era molesta. ¡Y aún más
si ella se ponía a cantar! La quiero mucho, pero no tiene lo que se llama “oído
musical” o siquiera buena entonación. ¿A que condujo esto? Pues a que, al
intentar despertarme, yo le reprochara de mala manera que aún era muy temprano
para prepararme y estar lista a la hora que habíamos quedado. Claro que ella
pretendía que hiciera algunas otras cosas antes de irnos, con lo que no estaba
nada de acuerdo. Resultó ser también que debíamos estar en lo del masajista
antes de la hora que ella me había dicho, motivo a sumar para contestarle de
mala manera, a mi parecer. Aunque me resistí bastante al principio, tuve que
salir de mi acogedora camita.
Es por eso que a esta hora estoy
bastante cansada y con ganas de nada. Es más, ya me acomodé en la cama con un
saco de arena caliente en mis pies y dispuesta a dormir, siquiera hasta que esté
la cena. Posiblemente esto no pasaría si realmente me pusiera firme conmigo misma
al momento de apagar la computadora e irme a dormir siendo todavía las doce de
la noche. Para otras cosas soy buena poniéndome límites y horarios, pero cuando
se trata de regular mis horas de sueño o de dejar los juegos, redes sociales,
blogs o lo que fuese, para después, no consigo hacerlo.
¡Mi reloj biológico es un desastre!
Una cosa más que debo tratar de regular. Otras de las razones por las que
siento que me falta madurar.
¡Gracias por tomarte un tiempo para
leer! Y perdón si esta entrada se volvió un tanto extensa.
¡Nos vemos en la entrada que
viene! O más bien, nos leemos.